Según una encuesta que yo mismo realicé en mi imaginación, la mayor parte de la gente que entra a entrenar Taekwondo y se queda más de un año es debido a la ilusión que tienen de cambar el color de su cinta (Sobretodo los niños). Debo decir que este fue uno de los motivos que a mí me mantuvo entrenando tanto tiempo durante los primeros años.

 

Yo siempre quería cambiar de cinta, pero los exámenes me sacaban una especie de roña extraña y asquerosa en las conjeturas de los codos, la opinión profesional de los doctores que he visitado a lo largo de la historia es que era por el estrés, yo digo que era por no bañarme, pero sólo Dios sabe.

 

Por supuesto que las formas eran una de las cosas que más me ponía nervioso, y era lógico pues la gente que formaban al lado mío siempre se las sabía mejor que yo y eso me ponía triste, me hacía dudar del futuro y mi afanoso sentir sobre que la vida no vale nada se acrecentaba exponencialmente. Además yo soy una de esas personas comunes y corrientes que estudian un día antes para el examen, desgraciadamente un examen de TKD no es como un examen de biología que puedes estudiar acostado en tu cama a las once de la noche y quedarte dormido sin querer, no, los exámenes de TKD tienes que practicarlos, practicarlos y practicarlos hasta que los movimientos te salgan de manera natural o, en su defecto, hasta que memorices todas las secuencias. Dicho lo anterior debo decir que siempre escogía el camino más fácil: quedarme dormido. Quizá si el internet hubiera existido en aquellos años, todavía ni sería cinta negra.

 

Los sinodales eran otro factor que me ponía muy nervioso, sobretodo porque me tocaron muchos profesores de esos que llegaban a mi escuela y las florecitas de la entrada se empezaba a secar nomás de verlos. Yo era como las florecitas: bello… Mentira, sólo que los sinodales siempre causaban en mí una alta impresión difícil de controlar. Uno de los sentimientos más extraños del mundo es cuando estás a medio examen, te equivocas y descubres que un sinodal te está viendo; es como si el mundo se cerrara y se convirtiera en un túnel de luz donde tú estás abajo y el sinodal arriba observándote, no sabría describirlo, pero sólo de acordarme tiemblo (Brrr).

 

A pesar de todo, no puedo quejarme pues la suerte siempre estuvo de mi lado, prueba de ello es que jamás reprobé un examen. Una sola vez estuve a punto de hacerlo, el Profesor José Sámano era el encargado de calificar aquella prueba. Recuerdo que, en efecto, la noche anterior me quedé dormido y a la voz de “YOLO” decidí presentarme al examen sin importar el mañana. Tuve suficientes errores como para presentir que iba a ser cinta azul toda la vida, pero no los suficientes para que mis sospechas se convirtieran en realidad. Después de ese día juré que de ahí en adelante me iba a dedicar y nunca más me iba ir a dormir sin haberme aprendido el examen al 100% y ese, amigos míos, es uno de los peores engaños que me he hecho jamás.

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