¡Chong - Hong!

 

Sábado, son las seis de la tarde, según mi teléfono, con la pantalla rota, estamos a 15 grados centígrados, una notificación del “bendito” Facebook me despierta; mi hija de 9 meses, que tiene insomnio, por fin está dormida y es una invitación a que todos en la casa debemos descansar.

Salgo del cuarto en puntillas, para no despertar a nadie, y comienzo a escribir. Tengo más de tres años de no hacerlo, pero mi actual trabajo me ha devuelto la pasión y ese fuego dentro de mí (una vez más).

En realidad es algo maravilloso trabajar en lo que amas, y haces, desde los 5 años de edad; el único problema es que no puedes dejar de pensar en él. Algo nada agradable cuando eres el único hombre en la casa y tienes a dos hermosas princesas que demandan toda tu atención; y estos momentos de tan hermoso silencio son invaluables últimamente.

Para quienes practican algún deporte, o comparten esa pasión por su trabajo, arte, o cualquier actividad; les digo, esta será una sana lectura y no me considero ejemplo a seguir. ¡POR DIOS NO! Pero mi particular vida te hará sentir que probablemente no eres el único loco persiguiendo un sueño inalcanzable. De lo contrario, te recomiendo una lectura de esas “recreativas”, serán, seguramente una forma sana de entretenerte:

¡Chong – Hong! Benditas palabras, que por mis espaldas suenan con una voz que no conozco, de alguien a quien nunca he visto y nunca recordaré. Palabras que invitan al momento que he esperado durante toda mi vida, y, sin embargo, mis piernas tiemblan, el pulso está incontrolable, me cuesta respirar y mis manos frías. Pasé la última media hora intentando calentar mis manos y no lo he logrado.

 

Federico Rosal y una medalla que vale más que eso

 

Mi entrenador a pocos centímetros de mí, me habla directo a la cara, nota mi desconcentración y me grita: ¡FEDERICO! Mientras camino hacia el centro del área de combate, el joven delante de mío es de descendencia asiática, y mis piernas tiemblan aún más, -Creí que era estadounidense- ¿Por qué tengo a un asiático delante de mío? Siete minutos después, voy de regreso al área de calentamiento, con algunos golpes, sudado y mis manos por fin están a la misma temperatura que el resto del cuerpo, no recuerdo absolutamente nada de lo que sucedió en el área de competencia y mi entrenador me da dos palmadas en la espalda, no recuerdo si me dijo o no algo, y se fue con uno de mis compañeros de equipo.

Existen dos tipos de personas, quienes se rinden y quienes parecen no poder satisfacer esa necesidad de triunfo. Este escenario se repitió durante aproximadamente los siguientes tres o cuatro años de mi vida. En ese entonces tenía 13 años de edad, y me encontraba por primera vez en una competencia fuera del país, junto al equipo nacional en el U.S. Open, en Orlando, Florida.

Era el más joven del grupo, junto a algunos que eran ya figuras del deporte nacional, como Heidy Juarez, Euda Carias, Paulina Morataya, Gabriel Sagastume, solo por decir algunos nombres.

He conocido un sinfín de personas a lo largo de mi vida, que por alguna razón que aun desconozco -y estoy empezando a entender-, cuando hablan conmigo, me cuentan -sin que yo les pregunte o les hable del tema- de cómo ellos tenían un futuro prometedor en el deporte, y sufrieron de alguna lesión, no tuvieron el apoyo de sus padres: la “situación” los obligó a dedicarse a trabajar, o su federación nunca lo apoyó porque “siempre eran los mismos” (gente con buen poder adquisitivo).

Es precisamente lo que quiero desnudar en los siguientes párrafos.

 

Chong Hong

 

¡Chong – Hong! Son dos palabras en coreano, que significan azul y rojo. En mi deporte es la instrucción que da el árbitro central para que los competidores se acerquen al centro del área de combate, para saludar a tu oponente antes de comenzar. A lo largo de mi vida, he tenido muchos ¡Chong – Hong!, que me invitan a pelear y me llevan a demostrar mi determinación, mi preparación y mi carácter.

Como aprendí en uno de los call center donde trabajé, los ¡Chong – Hong!, son “trigger statement”, que, dependiendo el contexto, llevan tu adrenalina al máximo nivel, acciones o situaciones que te comprometen a enfrentar tu realidad y demostrarte a ti mismo que eres capaz de lograr por lo que tanto te has esforzado.

Existen quienes ni siquiera han llegado al centro del tapiz y al oír su ¡Chong – Hong!, han huido de su realidad, renunciando a su trabajo, dejando a su esposa embarazada, o simplemente alejándose de aquello que les confronta, y hoy se encuentran trabajando donde no son felices, no vieron crecer a sus hijos a quienes nunca ayudaron, son probablemente abuelos (por cierto te mandan saludos), y viven una vida “normal”: es decir frustrados; sin ninguna meta en particular, con o sin familia, van gastando sus días uno a uno, y como dice mi poema favorito: “sin encontrar para su propio mal remedio”.

En una ocasión, hablando con un tío paterno -con el único que me llevo bien- antes de despedirnos me dijo:

“Tu problema es que huyes de tus problemas, cuando la situación se pone complicada te desapareces y no enfrentas tu realidad. La de tus problemas, cuando la situación se pone complicada te desapareces y no enfrentaste tu realidad”.

Tenía, aproximadamente, 19 años, era uno de los mejores atletas del país en cuanto a resultados deportivos, tenía mi carro que lo había comprado con uno de los premios del Comité Olímpico, por una medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Rio de Janeiro; me pagaba mi propia universidad, en fin: ¡que idiotez me estaban diciendo! Si alguien enfrentaba sus combates era yo.

En realidad, aproximadamente, dos años después las palabras de mi tío sonaron tan fuerte en mi cabeza, que fueron mi ¡Chong – Hong! de ese momento que más adelante les contaré.

Pero lo que intento decir es que todos en nuestra vida hemos huido de ese “trigger statement”, la verdadera pregunta es: ¿haz tenido el valor de regresar?

Luego, están quienes han terminado el combate, pero aquella situación, con altos niveles de ansiedad, golpes, desorientación, y cansancio los agobia a tal punto que deciden nunca más hacerlo; y no tienen la suerte que tuve yo de tener unos padres magníficos que me apoyaron y me presionaron a ser mejor, a tal punto de obligarme a ir a entrenar con apendicitis -obviamente no sabían y pensaban que estaba fingiendo-.

La realidad es que todos necesitamos a alguien en nuestras vidas que nos aliente, nos obligue, nos inste a seguir esforzándonos y no necesariamente son tus padres. En tu vida encontrarás a muchas personas que llenan esas características, pero si en realidad tu no quieres, aunque te obliguen, no regresarás a esa área de competencia, mucho menos a sentirte así de nuevo.

Esos momentos que te invitan a pelear van a definir el resto de tu vida. El consejo que te puedo dar, con base en mi experiencia es que si tienes la oportunidad de regresar, no lo dudes: ¡hazlo!

Lo siento, pero seguiré compartiendo más adelante, pero por el momento los dejo. Tengo que ir a cambiar un pañal.

 

Federico Rosal, Exclusivo MasTKD