Ahora, superados aquellos años, emprenden el sueño olímpico. El equipo afgano femenino de Taekwondo ha comenzado una larga carrera hacia Rio 2016 con las primeras selecciones oficiales de atletas. Si todo sale bien, el país asiático enviará por primera vez en su historia representación femenina en este deporte.

Solo para que estas féminas luchadoras puedan entrenarse sin miedo a ser detenidas ya se ha recorrido un espinoso camino. Un camino que tuvo el primer brillo de esperanza cuando cayó el régimen talibán, que prohibía a las mujeres practicar deporte. Desde entonces, Afganistán ha dado tímidos pasos para la integración de la mujer.

En Atenas 2004, el país ya liberado de su antiguo régimen hizo historia al enviar por primera vez a dos mujeres con su delegación. Fariba Rezayee, una judoca de peso medio, y Robina Muqimyar, una corredora de 100 metros. En Pekín 2008 esta última repitió e iba a acudir acompañada por una nueva pionera: Mehboba Ahdyar, una atleta de media distancia que además planeaba competir con el velo islámico, a modo de desafío al Gobierno chino.

No obstante, esta pionera nunca pisó Pekín. En mitad del viaje, cuando el equipo olímpico recaló en Formia (Italia), Mehdoba se evaporó. Pocos meses más tarde se supo que había puesto rumbo a Noruega, buscando asilo político. Antes de partir de su país, la atleta se había enfrentado a la desaprobación de sus vecinos e incluso a amenazas de muerte de varios extremistas.

Ahora, las taekwondistas afganas toman el relevo de una generación de mujeres deportistas que intenta abrirse paso ante la adversidad. El objetivo, igualar los éxitos de sus homólogos masculinos en un deporte que ha dado al país sus mayores éxitos internacionales. Con su bronce en Pekín, Rohullah Nikpai se convirtió en el primer afgano en ganar una medalla olímpica. El taewkondista afgano repitió éxito en Londres 2012. Ahora les toca a ellas.

 

 

 

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