La primera vez que quedé en la selección estatal me regalaron un uniforme, bastante feo por cierto, que decía “Querétaro” en la espalda con letras azules pintadas como con acuarela. El día que entregaron los doboks (O como p***s se escriba en plural) nos regalaron un boleto para un evento triple: seminario de técnica básica, seminario de combate y una exhibición. El boleto estaba impreso con tinta roja, tenía la cara de un tigre medio mal hecho y una leyenda digna del circo de los hermanos Vázquez: “Los espectaculares ‘Tigers’ de Corea”. En ese entonces yo jamás había escuchado hablar de ellos, pero decidí que asistiría porque me habían regalado el boleto.

 

El día del evento llegué yo muy contentito con mi uniforme horrible al auditorio de una conocida universidad Queretana que sirvió de sede para la triada de eventos. Recuerdo que empezamos tardísimo, lo primero que hicieron fue presentarnos a los instructores coreanos, cosa muy curiosa pues fue de las primeras veces que escuchaba nombrar a gente de esa nacionalidad, yo sólo escuchaba nombres con títulos pomposos de esos que a los coreanos les encanta ponerse, así del tipo “El Grand Master Wingwangyong Kim”, “El profesor Kimchichigui” y “Su majestad Dolsonvivinpap”.

 

Empezamos con el seminario de técnica básica. Enfrente había dos coreanitos que pateaban bien bonito y hacían que me sintiera como el peor pateador del mundo. Aquello lo consideré normal hasta cierto punto, pero mi trauma aumentó cuando un señor de traje café y ojos rasgados se paró junto a mí y me empezó a decir cosas en coreano, obviamente yo de gramática y vocabulario coreano sé lo mismo que de historia neozelandesa. No estoy seguro, pero yo creo que me estaba tratando de corregir e hice lo que cualquier persona con bajo coeficiente intelectual haría cuando alguien le habla y no le entiende: decir que sí a todo. Cuando se dio cuenta de que sólo le estaba ‘dando el avión’ fue cuando sucedió lo inevitable: me tomó de un brazo, me puso junto a él y empezó a tirar giro recto al aire para enseñarme cómo se hacía, yo traté de imitarlo, pero no pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta que aún con traje, corbata y zapatos puestos él pateaba de 15 a 20 veces mejor que yo… Me derrumbé.

 

Terminando el seminario de técnica básica nos mandaron a las gradas a descansar y esperar a que nos volvieran a llamar para el seminario de combate, cosa que nunca sucedió puesto que ya se había hecho muy tarde. Recuerdo que estuve a punto de llamarle a mis papás para que pasaran por mí, pues estaba un poco decepcionado porque el seminario de combate era lo que en realidad estaba esperando. En aquellos días el celular era un aparato ultra moderno que yo no poseía y mi flojera de salir a buscar una cabina telefónica fue más grande que mis ganas de irme.

 

Cuando menos me lo esperé, apareció en el centro del auditorio un señor vestido con una especie de bata color verde brilloso tocando un tambor. Lo siguiente que pasó fue que un montón de coreanitos hicieron una formación en “V” y en las bocinas del auditorio comenzó a sonar el Himno Nacional Mexicano. Los coreanitos empezaron a hacer una serie de movimientos coordinados los cuales describiré como una “forma” con el Himno Nacional de fondo… Yo jamás había visto algo igual, sentí un nudo en la garganta, la piel chinita y los cuerpos cavernosos completamente repletos de sangre (El que entendió, entendió): había empezado la exhibición de los Tigers.

 

No podría describir todo lo que vi aquella tarde, pues la exhibición es muy variada: hubo formas con grado de dificultad nivel platinum, rompimientos dignos de la Matrix, simulación de peleas mejores que cualquier secuencia de Jackie Chan, brincos, patadas, golpes de ensueño… Lo puedo decir con toda seguridad: jamás he vuelto a ver algo igual.

 

En un semanario anterior había comentado que los Tigers me arruinaron la vida, esto es porque nunca una exhibición me ha vuelto a sorprender de la misma forma. Si alguien ha tenido la oportunidad de verlos en acción, seguro coincidirá conmigo que no hay nadie como ellos, o al menos hasta hace algunos años no había nadie como ellos. Jamás he vuelto a ver una exhibición que me sorprenda tanto como aquella.

 

Si ustedes tienen la oportunidad de ver a este equipo de exhibición, hágalo, vale la pena, sólo recuerde: su vida no volverá a ser la misma.

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EN EL CAMINO

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Hay por ahí un gordito que tuvo la osadía de escribir que yo “me ponía a llorar cuando me tocaba contra un europeo” y me ha estado dando lata desde entonces. Claro, seguramente por eso es que gané dos veces el Abierto de Alemania, bronce en el Abierto de Holanda y Bélgica y la vez que quedé en quinto lugar mundial le gané a puros europeos… Lo que es la ignorancia. Ahora cuéntenos usted, señor Ismael Brito: ¿Cómo le fue a sus alumnos en la Universiada Nacional? Servido, troll.

 

Se acerca el semanario número 50: habrá tamales verdes, Boing de guayaba y tortas de quesopuerco para todos, cortesía de masTaekwondo. Espérenlo.

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