Dichas prácticas suelen tener efectos diferentes en las personas, por ejemplo, cuando tú eres el que está realizándola el objetivo es muy sencillo: lucirse; cuando tú eres el que está presenciándola, los efectos son variados: el primero puede ser motivarte para intentar hacer cosas nuevas, el segundo (Y más común) es sin duda un trauma existencial seguido de miles de intentos por imitar lo que acabas de ver al llegar a tu casa.

 

Hubo una temporada en mi escuela en la que salíamos a hacer exhibiciones muy, muy seguido. Las hacíamos en ferias, lugares públicos, colegios, etc…

 

Recuerdo la primera vez que hicimos una en la prepa donde yo iba: fue un éxito total. Yo solía poner tres tablas de frente y en hilera, mi rompimiento consistía en saltar como nunca y romper las tres tablas en el aire, al caer ya había otra tabla esperando y la rompía con la mano abierta. La primera vez que hice este rompimiento enfrente de toda la gente de la prepa estaba más nervioso que una avestruz encerrada en una caja flotando en alta mar, lo bueno fue que me salió a la primera y me aplaudieron como pocas veces en mi vida (Algo realmente sorprendente pues normalmente en la prepa todo el mundo me chiflaba y me gritaba cosas feas). Saliendo del evento varios me preguntaron con un halo de fe en sus miradas: “Y si te ponemos a tres profes en hilera, ¿También te los echas?” mi respuesta fue la misma para todos los casos: “No mames”.

 

Había un señor que ponía dos hileras de tabiques y les prendía fuego. Rompía una con la mano y la otra con la cabeza. Estoy seguro que había algún truco en eso, truco que nunca nos quiso compartir y que lo único que provocaba era, en efecto, un trauma existencial en mi persona (Además de un sentimiento de envidia bastante repugnante).

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La última exhibición que dimos en el colegio en donde yo estudié la prepa fue todo lo contrario a la primera, sí, un fiasco. Las tablas llegaron retrasadas, el señor de los tabiques les prendió fuego y quemó las cortinas del auditorio, y por si fuera poco yo cambié el rompimiento que tanta gloria me había dado por otro que decidí estrenar ese día y que no me salió: había un amigo que se podía parar de cabeza con una habilidad semejante a la de una pirinola; mi rompimiento consistía en correr como el viento y hacer una patada de lado brincando pasándole por en medio de las piernas a mi cuate parado de cabeza. Resulta que mientras hacía la carrera me resbalé con unas gotitas de sudor que había en el piso, no alcancé la altura idónea y mi patada se fue a estrellar exactamente por en medio de las piernas de mi compañero. Yo no pude caminar por la escuela en tres días debido a la vergüenza de dicho acontecimiento, el no pudo caminar en tres días debido a la inflamación provocada por mi patada. Los silbidos regresaron para mi durante el resto del semestre.

 

Y referente al tema: alguna vez me toco ver a los auténticos “Tigers” de Corea… Me arruinaron la vida. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión…

 

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