La palabra disciplina significa aprender de una persona que sabe. Hong exigía disciplina a sus alumnos de Taekwondo. Les desvelaba las claves para aplicar el golpe preciso. Usar la mínima energía con la máxima eficacia. Imponía un entrenamiento duro, para que alcanzaran la excelencia en este deporte. El objetivo: «cultivar el espíritu de lucha, ir por la vida con dignidad, no bajar los brazos ante la adversidad y no tener problemas con la gente». Hong habla convencido de lo que dice. Cree en el respeto, la prudencia y la superación. Su presencia, infunde tranquilidad. El temor, asevera, no existe en sí mismo sino en relación con algo. Mueve los brazos para atraer la atención de su interlocutor. Explica con las manos que el cuerpo humano funciona como el Universo, que es cambiante. Cuenta con los dedos los elementos: madera, fuego, tierra, metal y agua. Muestra el índice y el corazón para señalar la dualidad: calor, frío; seco, húmedo; bien, mal; débil, fuerte… Advierte que no se compite contra un contrario, sino contra uno mismo y alerta de que la vida es única y hay que aprovecharla.

 

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Su hija, Isabel, escucha y asiente. Es una de sus discípulas, junto a sus otras dos hermanas, Blanca y Eva. Con su padre aprendieron a disciplinarse gracias al Taekwondo. Las tres son cinturón negro. Pero, ella, también se inició en los secretos de la Acupuntura y la Manopuntura. Ahora, comparten consulta y memoria. Es Isabel la que rememora como su padre llegó a Europa en la década de los setenta del siglo pasado. Suiza, Portugal, Galicia, Burgos, Madrid y, finalmente, Valladolid. Forma parte de esa primera legión de coreanos que recaló en nuestro país. Profesores en artes marciales que, antes de ejercer su oficio, como en el caso de Hong, hasta tuvieron que trabajar de sexador de pollos. Ya asentado en Valladolid, durante varias décadas regentó un gimnasio en la calle Torrecilla. Asegura que su mayor orgullo es haber conseguido que sus discípulos no usaran sus conocimientos para buscar pelea, porque «un maestro no solo enseña a golpear, detrás del Taekwondo hay una filosofía de vida». Defiende que «si no hay disciplina, te conviertes en un gamberro», y se ríe.

 

Este coreano, de ojos pequeños, pero vivarachos, menudo, sin una gota de grasa, tan ágil que parece etéreo, sonríe mucho. «Los españoles saben vivir y disfrutar», comenta divertido. Como buen maestro, no se cansa de aprender y sabe que enseñar a otro es la profesión más elevada del mundo. Pero, con humildad, reconoce que comprenderse a uno mismo es ayudar a otro a comprenderse a sí mismo y, por lo tanto, enseñar es aprender. Ha cumplido 73 años y continúa buscando en los manuales de medicina oriental nuevos conocimientos, porque «me da satisfacción ayudar a la gente y mientras haya quien acuda a mí con sufrimiento, intentaré echarle una mano». Ahora, concentra sus saberes en la acupuntura. En su consulta palpa el cuerpo del paciente. Busca los puntos donde se concentra el dolor. Cuando localiza el origen, sonríe, mira fijamente a los ojos del doliente y le trasmite un mensaje esperanza. Hay solución. La vida de la mayoría de las personas está repleta de conflictos; sumidos en el dolor, en el sufrimiento. Considerada en su totalidad, a veces, es penosa y cansada, pesada y dolorosa. Nuestra existencia es una repetición casi constante de cosas habituales.

 

Hong defiende la rutina para mantener una vida saludable. Ejercicio físico diario, trabajar, pero con control, dedicar tiempo a la familia y buscar pequeños placeres como asistir a un concierto de la Orquesta Sinfónica en el Auditorio Miguel Delibes, junto a su esposa, Baik. Hay que buscar un complemento para ser feliz, defiende este maestro de la vida. La suya no se entiende sin la compañía de la mujer que le esperó en Corea hasta que consiguió asentarse en España.

 

 

Paco Alcántara, Diario de Valladolid