La vida puede ser una mierda, como dijo Juan Antonio Ramos entre lágrimas cuando se quedó sin medalla en Pekín 2008, pero de vez en cuando te da una alegría. El Taekwondo, que tanto le negó a Ramos, cuarto en Atenas 2004, quinto cuatro años después en Pekín, le dio ayer dos motivos de celebración a él y al equipo español cuando Brigitte Yagüe, su esposa, logró la plata y, unos minutos después, Joel González, el gran favorito, el que nunca pierde, conquistó el primer oro de la historia de este deporte.

Ramos también lloró ayer en el ExCeL de Londres. Está aquí como entrenador de un luchador de Gabón al que prepara en Francia y esa es la camiseta que viste, pero es su mujer la que se debate contra la lógica en el tatami azul eléctrico; contra el paso del tiempo, pues ya tiene 31 años y ha vivido un calvario de lesiones y dudas, y contra la de los hechos, que dicen que la china Wu, la campeona mundial, que se ha paseado hasta la final, no tiene rival. Y es también el joven Joel, al que conoce bien, al que abraza emocionado tras la victoria en la semifinal como si ya hubiera ganado, quien persigue lo que él no pudo llegar a conseguir.

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Joel González es un joven de 22 años, espigado, liviano y de piernas larguísimas que compite en la categoría de menos de 58 kilos, la más ligera, y, explica Jesús Tortosa, director técnico de la federación, ha revolucionado el mundo del taekwondo: “Él fue el primero con esa tipología, pero ahora hay más países que traen competidores altos”. Joel es también frío, muy cerebral. Dice su entrenador, Fran Martín, que cuando compite “está tan tranquilo que parece que esté muerto”, que nunca se altera y que solo tiene una manía: sonreír antes de entrar en acción.

El suyo ha sido un camino recto, sin tropiezos aparentes, a la cima de su deporte. El catalán ha dominado el tatami durante los últimos cuatro años, sin perder un solo combate importante, proclamándose dos veces campeón mundial y campeón europeo. Así fue también ayer en el ExCeL olímpico. Salvo un susto inicial a primera hora de la mañana en el combate contra el sueco Sanli, el español tuvo un día apacible, aunque larguísimo. Incluso le dio tiempo a dar una vuelta con la familia, con los amigos, muchos del grupo de entrenamiento del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, antes de la final. Su jornada acabó a poco de las once de la noche con una gran sonrisa en la cara tras apabullar al surcoreano Lee, obligado a pedir una revisión de vídeo simplemente para tomar un respiro, tal era la paliza que estaba recibiendo, finalmente derrotado por 17 a 8. “Ni lo he estudiado. Yo tengo una filosofía: hago mi combate y quien pueda destruírmelo que lo destruya”, dijo luego el campeón, quien aseguró que no se puso nervioso: “Hago esto cada día cinco horas. Es una final olímpica, pero yo lo veo al revés. Veo que es una ventana para enseñar a todos los españoles que el taekwondo está a un altísimo nivel”.

En la grada estaba su padre, Pedro, dueño de un gimnasio de Figueres (Girona) y entrenador, con él que siempre habla entre combate y combate, también ayer. La hermana mayor del campeón también fue taekwondista, aunque de menor nivel, pero Joel siempre dice que cree que acabó en el tatami precisamente porque nunca le presionaron para hacerlo. De hecho, su vida no se reduce al deporte. Estudia Criminología y Administración de Empresas.

 

 

Brigitte Yagüe es nueve años mayor y su plata cierra un círculo que empezó en Atenas 2004, donde fue eliminada a la primera aunque llegaba como favorita porque era la campeona del mundo. Yagüe se perdió luego los de Pekín tras romperse una muñeca, pero estuvo en la capital china para animar a su entonces novio, para sufrir con él. Tanto le dolía no poder competir que no vio ni un solo combate de su categoría, que es la de las chicas más ligeras, las que pesan menos de 49 kilos.

Luego, como ella misma dice, perdió la ilusión por el deporte, se casó (con Ramos, claro) y empezó a trabajar de administrativa. Pero en 2009 volvió a dejarse caer por el gimnasio, a entrenarse, a competir, hasta recuperar el título mundial en 2009.

Yagüe es una competidora apasionada, temperamental y meticulosa que siempre se entrena con chicos, “porque son más rápidos, más fuertes”, y estudia los vídeos de las rivales hasta en los descansos entre los combates. Como es bajita (bordea los 1,60 metros), no le gusta demasiado el nuevo taekwondo, más espectacular, que premia las patadas a la cabeza y recurre a petos electrónicos por primera vez en unos Juegos para ganar precisión, unos cambios que tan bien le van a Joel.

El cuerpo, además, ya no es el mismo y Yagüe ha tenido que adaptar los entrenamientos porque le cuesta más recuperarse. Las lesiones tampoco le han dejado tranquila. “Ha sido un año muy difícil”, reconocía cuando aún intentaba asimilar la derrota: “Estoy un poco decepcionada por el combate. No he tenido opción alguna. Pero en un par de días seguro que se me ha pasado y me doy cuenta de que una plata olímpica no la consigue cualquiera”. Hasta ayer, la única medalla de España en este deporte era otra plata, la de Gabriel Esparza en los Juegos de Sidney 2000.

No la consiguió Ramos, que anoche era un hombre orgulloso, emocionado y feliz. Cuando su esposa, la subcampeona olímpica, la misma que ahora quiere formar una familia, terminó su último combate, se quitó el petó y abrió el dobok, el uniforme de competición, y descubrió una camiseta. En la parte delantera se podía leer: “Gracias por ayudarme a cumplir un sueño. En especial…”. En la espalda se veía una imagen de Juan Antonio Ramos.

 

 

 

Fuente: El País

 

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