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La historia de Rohullah Nikpa es algo así como un cuento de hadas en un país devastado por la guerra.

 

A los 10 años, el deportista se obsesionó con las películas de artes marciales de Bruce Lee, y acompañó a su hermano a un club de Taekwondo, mientras su país se destripaba por la guerra civil.

 

“Enloquecí por el Taekwondo desde el primer día que empecé. Recuerdo que el primer día llegué al club para entrenar, ya era capaz de hacerlo bien. Ya tenía la mentalidad de alcanzar la élite”, recuerda.

 

El deportista, de 25 años, recuerda cuando a los 14 cayó el régimen talibán (a finales de 2001) y comenzó a entrenarse en serio en Kabul, al mismo tiempo que comenzaba en su país una sangrienta lucha de los insurgentes contra el gobierno y sus aliados de la OTAN que habían invadido Afganistán y expulsando del poder a los talibanes.

 

Nikpa superó enormes problemas, no sólo financieros, para clasificarse para Beijing, donde dio un vuelco a su vida después de lograr la medalla de bronce en la categoría de -58 kg. Cuatro años después, aún conserva fresco el recuerdo.

 

“Estaba muy feliz porque mi país, Afganistán, nunca había logrado antes una medalla olímpica. Estaba tan feliz que me puse a llorar allí mismo, en el cuadrilátero”, recuerda.

 

“Es algo que no tiene precio para tu país. Con esta medalla, puedo ayudar a llevar la paz a mi país. Demuestra que nuestro pueblo debe alejarse de toda guerra y conflicto, y mirar hacia las generaciones futuras y utilizar el deporte para levantar el país”.

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Su amigo y compañero de entrenamiento Nesar Ahmad Bahawi (la otra gran esperanza del Taekwondo afgano en Londres) comparte su punto de vista de que el deporte puede ser una fuente de inspiración para cambiar la sociedad.

 

“He practicado Taekwondo por mi país y mi gente, no para hacerme famoso, sólo para que pueda permitir al mundo escuchar el nombre de Afganistán por un buen motivo y hacer a la gente feliz”, dice Bahawi, que logró la plata en el campeonato mundial de 2007, pero que se fue de Beijing con las manos vacías.

 

“Siempre he luchado por mi país, quiero enseñar al mundo que no somos gente que ame la guerra, sino que queremos la paz”, agrega.

 

Bashir Taraki, el técnico del equipo afgano, está de acuerdo con sus pupilos.

 

“El logo olímpico con sus cinco anillos muestra que el mundo está unido. Sí, por eso el deporte del Taekwondo puede mostrar al mundo que estamos pidiendo la paz y que no nos gusta la guerra, que queremos vivir como el resto del mundo”, dice.

 

Gracias a Nikpa y a Bahawi, el Taekwondo se ha convertido en uno de los deportes más populares en Afganistán. Alrededor de 25.000 personas (más de 38.000, según Bahawi) lo practican en cientos de clubes repartidos por todo el país, pese a que en ocasiones las instalaciones son deficientes.

 

La élite del equipo afgano, que recibe unos 15 dólares al mes, entrena en unas pobres instalaciones en el estadio olímpico Ghazi en Kabul, el mismo que utilizaban los talibanes para las lapidaciones públicas.

 

Nikpa y Bahawi no se preocupan por sus condiciones de entrenamiento y sólo sueñan con el oro olímpico. ¿Y una vez que tengan las medallas colgadas en el cuello?.

 

“Continuaré con el Taekwondo tanto tiempo como pueda y cuando ya no sea lo suficientemente fuerte para hacerlo por mí mismo, usaré esa experiencia para enseñar a los jóvenes para que puedan ser aún mejores taekwondistas que yo y ganar más medallas para Afganistán”, asegura Nikpa.

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Fuente: AFP

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