En uno de los primeros semanarios de la historia comenté que la única condición (Amenaza) que me puso mi madre para dejarme inscribir a las clases de Taekwondo fue que tenía que llegar a cinta negra… “Y no te voy a dejar salirte hasta que llegues a cinta negra”, lo recuerdo como si hubiera sido ayer, incluso hay veces que hasta lo pienso y tiemblo (“Mufasa”).

Cuando entré y vi de lo que la mayoría de cintas negras son capaces, lo primero que cruzó mi mente fue el siguiente pensamiento: “Jamás lo lograré, que estúpido fui”. Este pensamiento fue evolucionando poco a poco cual Pokemón en un juego de video hasta que dejé de ver el hecho de llegar a cinta negra como una obligación y se convirtió en mi objetivo más primordial de la vida, mucho más primordial que el perder mi virginidad… Aunque en el fondo sabía que si lograba llegar a 1er Dan, lo otro iba ser sólo cuestión de tiempo (Tomen nota, amigos pubertos).

La preparación para el examen de cinta negra consistía en repasar diario las formas y la técnica básica. Para todos es bien sabido que mi amor por las formas es tan inexistente como el chupacabras, pero mis deseos de traer esa sensual cinta colgada alrededor de mí eran más fuertes, así que repasaba con más obligación que gusto todos los días hasta que me aprendí el más íntimo detalle de los ocho taeguks (O como p***s se escriba), Koryo, Cholky y Balsek (O como p***s se escriban también esas tres).

El examen consistía en varias partes: físico, escrito, tesis (Oh, sí, los primeros semanarios) y finalmente el examen frente a varios sinodales de esos que se te quedan viendo como esperando a que te equivoques en algo (Y finalmente lo logran en algún momento… Malditos). Este último examen es el que mayor valor tenía. Pasé todos… Algunos con más sufrimiento que otros, pero lo logré, ahora sí iba poder abandonar el Taekwondo sin que mi mamá me dijera nada.

Lo cierto es que después de saber que hiciste un buen papel en el examen, te pasa todo por la cabeza excepto el abandonar el TKD y cuentas los días y se te hacen laaaaaaaargos para que te entreguen tu cinta.

Recuerdo muy bien el día que me la entregaron, es uno de esos días que no se olvida jamás. Cuando me pusieron, por fin, mi hermosa cinta roji-negra (Tenía 14 años), ésta tuvo el mismo efecto en mí que la máscara de madera con Jim Carrey en “The Mask”: de pronto y sin razón aparente empecé a sentirme más rápido, más ágil, sentía que todas las patadas me salían cual si fuera parte del equipo de exhibición de los Tigers y tenía la movilidad de un berrendo combinado con el Chapulín Colorado. La verdad es que el efecto placebo de la cinta negra puede curar casi cualquier mal.

Actualmente soy segundo Dan (Sí, yo sé que debería estar casi en 5o), la razón por la que avancé tan lento fue que decidí venderle mi alma al diablo y empezar a competir y a luchar por otros objetivos, jamás volví a hacer exámenes de grados. He sido segundo Dan tanto tiempo que ya no concibo la vida sin mi cinta con dos rayas.

Si alguien de algún grado inferior al 1er Dan está leyendo esto, pongan atención: llegar a cinta negra no es el final de nada, es tan sólo el principio. Así que no se desesperen y recuerden comer frutas y verduras…

Haced de la paciencia una virtud, vale la pena.

 

@ChavaPerezFauno
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