Cuando era un chavalillo de 16 años de edad cuya única preocupación en la vida era traer bien abrochadas las cintas de los zapatos para impresionar a las chicas, el primer evento internacional al que asistí fue el U.S. Open. Corría el año 2002 (Por favor, Dios, no me dejes equivocarme con la fecha), las Torres Gemelas tenían pocos meses de haber dejado de existir y las computadoras no habían colapsado con el cambio de milenio como algún mentecato por ahí lo había predicho.

 

Ese año tocó el abierto nada menos que en la ciudad de Orlando, Florida. Orlando es una de esas ciudades donde la magia se respira en el aire, y para mí fue un momento mágico cuando bajamos del avión con nuestras chamarras blancas y el nombre de México en la espalda por primera vez. Es muy difícil describir cómo me sentía… Bueno, no tanto, ¿Han oído hablar de Juan Camaney (O como p***s de escriba)? Más o menos.

 

Recuerdo que esa vez no nos quedamos en ningún hotel, rentaron una especie de casas con alberca y toda la cosa. Todas las mañanas me asomaba por la ventana para ver si, de pura casualidad, amanecía algún cocodrilo adentro de nuestra piscina para poder regresar a México y platicarle a todo el mundo que las leyendas eran ciertas. Nunca ocurrió… Bueno, el último día amaneció un camastro adentro de la alberca y uno de mis compañeros flotando con todo y ropa, no, no estaba muerto, pero sí muy borracho; y eso pasa en todos los países (Creo).

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En ese viaje conocí por primera vez el castigo más ojete de todos los castigos que he visto en la historia del Taekwondo (Bueno, el segundo. Lo peor del mundo es cuando te obligan a competir en formas contra tu propia voluntad): tres puntos o, como lo conocemos de manera más coloquial, de cabeza. Resulta que tienes que abrir las piernas y apoyar la cabeza en el piso dejando las manos en la espalda (Atención instructores novatos: este castigo es súper efectivo contra niños desquiciados). Lo peor de todo fue que era de noche y estábamos estirando en el pasto, pasto que por cierto media como 17 centímetros de largo, así que la cabeza en el suelo con el pasto hasta el cuello y los mosquitos aprovechando la situación en una noche de luna llena a 29ºC con una humedad como del 77.6%, ¡Pfff! Los buenos tiempos.

 

Un día antes de la competencia me vi imposibilitado para dormir. Cerraba los ojos, empezaba a soñar con la competencia e invariablemente me despertaba con un sobresalto de esos que se sienten cuando sueñas que vas subiendo una escalera y de repente te la quitan. Así fue esa noche.

 

El día de la competencia yo estaba más nervioso que un guajolote encerrado en una caja oscura el 24 de diciembre. Recuerdo que un día antes, no sé por qué, había estado pensando “Por favor, que no me vaya a tocar contra un negro, que no me vaya a tocar contra un negro (Prejuicios míos de aquel entonces)”, cuando llegué y vi la gráfica ¿Qué creen? Correcto, el maldito destino y la estúpida ley de la atracción universal habían invocado al único chico de color que había en mi categoría… Mi primer pelea internacional.

 

[Que quede claro: jamás he sido racista, pero a los 16 años uno es muy estúpido aún]

 

Cuando el día terminó yo me fui a la cama con más moretones que un ratón al salir de una licuadora, pero con la firme convicción de que aquel había sido el mejor día de mi vida (Hasta ese momento). Mi primer evento internacional, al que por cierto mi mamá, mis hermanas y una tía tuvieron oportunidad de ver. Esa vez a los juveniles nos tocó el primer día, yo no volví a ver a mi familia en todo el resto del viaje (Orlando, eso pasa).

 

Regresé a México con una experiencia internacional de cuatro peleas, una medalla de plata y un día para no olvidar jamás. La final la perdí contra un amigo mío, un idiota al que por cierto tiene mucho que no veo y le mando saludos (Claro que no les diré quién fue, porque me ganó cinco veces en juveniles. Que oso).

 

Muchas felicidades a todos mis compañeros mexicanos que acaban de pelear el U.S. Open en Las Vegas la semana pasada. Échenle ganas. Valen mil.

 

Por cierto, también fui a Las Vegas dos veces, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión…

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